martes, 11 de enero de 2011

Profundas frivolidades

El apego a las cosas materiales no está bien visto en ciertos sectores o determinados momentos, y con razón. Aunque no siempre. Detrás de esa garra invisible que dirige nuestro deseo hacia ciertos objetos, hay a veces proyectada una justificación poderosa que nada tiene que ver con lo mundano. Pongo un ejemplo, y no lo haré con un diamante porque no lo tengo, porque no lo quiero y porque, pese a ser bello, su estigma social me apena y me irrita.
Un coche?...un bolso?...un reloj tal vez?...ya lo tengo...una muñeca.
Por muy cara o barata que valga, por muy nueva o antigua, por muy bella o feísima que sea, es un objeto. Inerte. Frío como no esté al lado de un horno. Sin sentido, a menos que gire en torno a una historia...Si ese es el caso, entonces su valor puede subir y dispersarse como la espuma. Porque hay un momento frente al objeto deseado, frente a esa muñeca que para los demás es un trozo de plástico sobrevalorado, en que te ves reflejada en sus pupilas. Y como por arte de magia, conectas con la sensación de inocente incertidumbre que sentías en aquel tiempo. Llegan así las percepciones que chocaban unas con otras dentro de un alma infantil, las risas silenciosas al contemplar mundos invisibles y mucho mejores que el real, los cuentos que seguro, seguro, seguro, se harían realidad en el futuro, la imagen de la persona adulta que serías algún día...también seguro. Llega lo mejor de ti misma en aquel momento, que vuelve a ser lo mejor de ti misma ahora, al menos, la sensación más honrada. Llegan las voces de los seres queridos, más jóvenes y vibrantes, que te llamaban por tu ridículo diminutivo, ese que ahora con tanta nostalgia se pronuncia. Llega, casi, el olor de la ropa y el desayuno. Y los sueños que soñabas, tan jóvenes como entonces. Y estás tan cerca, tan dentro de aquel interior tuyo, que compruebas agradecida que no se había ido muy lejos. Y el sentimiento de seguridad te envuelve porque aquello conocido es ahora más real que nunca a través de la memoria. Y se completa un círculo. Y vuelven las expectativas. La persona que serías. Y sí, en la que aún te puedes convertir, porque al fin y al cabo, has comprobado que sigues ahí. Y hace calor. Un calor agradable que poco a poco cubre tus hombro, tiñe tus mejillas y se desborda en tus pestañas. Estás emocionada porque sientes cómo se calienta tu corazón. El mismo que late entusiasmado como el de un cachorro...
Tengo apego a ciertos objetos que son, lo admito, frivolidades monísimas. Pero estas muñecas...pocas cosas pueden competir con ellas. A ver cómo se tasa eso...




2 comentarios:

  1. Este sin duda es mi texto favorio, he de confesar que siempre en mi interir critico a las personas que hacen de lo material una forma de vida, pero en lo que hasta ahora no habia pensado es que posiblemente sea yo la persona mas material, y me justifique pensando que mi anillo de plastico apenas tiene valor económico, pero eso no es sino una excusa por que a fin de cuentas sigue siendo algo material.
    esta noche me has hecho relfexionar, cuando leo tus palabras siento una calida sensacion de sabiduria y dulzura y que agradezco de todo corazon poder leer.
    Relamente eres una persona maravillosa.

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  2. Mil gracias, Telaran@! Pero estoy segura de que detrás de tu anillo de plástico hay una historia bonita, un deseo generado por derecho propio, una proyección de nuestra forma de expresión. Eso es imposible que sea malo. De lo contrario tampoco podríamos atesorar los libros! Y aunque su contenido podemos salvaguardarlo en nuestra mente y corazón, tenerlo en nuestras manos es un placer irreprochable!! ^_< Un beso gigante!!!

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