domingo, 16 de enero de 2011

Rosas para un ataúd

Sobre su ataúd, deseaban tres rosas negras. Una por cada sueño perdido.

El primero, el que nunca fue, el que nunca existió salvo en el destello fugaz del entusiasmo pre-adolescente.
El segundo, el que fue, para bien y para mal, para brillar y deslucirse.
Y el tercero, el verdadero, el que siempre estuvo y jamás salió, el motor incansable sin ninguna puesta a punto, el que permaneció de pie, aunque nadie lo vio, aquel conocido como "la esencia".
Tres rosas negras, secas y muertas, sobre un ataud laureado de cariño, de congoja, de remordimientos y de envidia. También de respeto. De recuerdos. De amor.

Que el fuego arrase la vida y la muerte para regenerar el espíritu de la existencia. Que el fuego se lleve lo malo y lo cobre con lo bueno. Que el fuego diga bien alto: "Quemo estas rosas y las convierto en cenizas, quemo lo que veis. Y aún así, ni yo puedo desintegrar el anhelo que guió a este ser".

Descansemos en paz.



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